Magallanes y Patagonia chilena

Me fui por diez días de vacaciones, y con mi pololo, recorrí Punta Arenas, Puerto Natales y el parque nacional Torres del Paine. Ya conocía Punta Arenas, porque había ido en invierno y me había gustado mucho. Es una ciudad que aún se conserva auténtica, con casas antiguas y coloridas, calles tranquilas y una costanera larguísima que es bañada por el Estrecho de Magallanes. En invierno oscurece como a las 5 de la tarde, sin embargo en verano, a las 11 de la noche el Sol aún no se ha escondido y a las 4:30 de la madrugada comienza de nuevo a salir.

Fui también a Puerto Natales y es una de mis nuevas ciudades favoritas. Es pequeñísima, en una hora se pude dar la vuelta a toda la parte baja de la ciudad y la costanera, es mágica. Llena de barquitos, aves y olas suaves, todo esto rodeado de montañas. También hay varias casas antiguas, y puede que se deba a que crecí aquí, pero la arquitectura del sur de Chile es mi favorita. Probablemente la falta de luz influyó en el hecho de que las construcciones tengan grandes ventanales, y los días nublados y cielos grises obligaron a la gente a poner el color en sus casas, al no poderlo encontrar en el cielo. En Puerto Natales, trabajaban el latón en forma de tejuelas, y se veía realmente bonito. Nunca antes había encontrado belleza en la lata, hasta ahora. 

Conocí la cueva del Milodón y parte del parque Torres del Paine. A veces me parecía extraño tanta inmensidad llena de nada. Sólo arbustos bajos y robustos, casi siempre espinosos, repetidos infinitas veces en hectáreas y hectáreas de pampa. Se sentía como una transfiguración del desierto, sin embargo, entre medio igual podían encontrarse florecitas y helechos. A medida que uno se adentra en el parque, y va cambiando la geografía, muta también la vegetación. Alrededor del Lago Grey había árboles altos y frondosos, pasto y arbustos de contextura más delicada, probablemente debido a la mayor presencia de agua. 

Vi una gran variedad de animales. Primero guanacos, luego zorros grises, flamencos, cóndores y una infinidad de aves, incluídos unos pajaritos negros, que esperaban en los árboles cercanos a las mesas de camping para comerse las miguitas que dejamos los humanos.

Había también, en medio del parque, una gran cascada, en la que se precipitaba el agua que venía de las montañas y glaciares. El sonido del agua siempre me ha gustado, Me sorprende su capacidad de ser relajante y energizante al mismo tiempo, de transmitir fuerza y transmitir paz.

Flores pequeñitas. No sé como se llaman, pero eran abundantes cerca de la cueva del molodón. Se parecen un poquito a las flores del Ulmo, sin embargo éstas no tenían aroma alguno. 

Camino a la Cueva del Milodón

La cueva misma. Siempre me la había imaginado pequeña, pero era inmensa. 

Estaba lleno de guanacos por todas partes, algunos en manadas y otros solitarios. A veces podía verse algún guanaco erguido sobre las pampas más altas. 

Flamencos. Aprendí que son de agua dulce y salada, y que migran hacia al norte para anidar. 

Laguna amarga. Se supone que el agua de esta laguna es extremadamente alcalina.

Un hostal, en el medio de las montañas. Distintos tonos de azul, por todas partes.

Este sendero conducía al Lago Grey.

Un pedazo de hielo. No tengo buenas fotos, pero al fondo, donde el lago está rodeado por rocas, se pueden ver restos de un glaciar. Ví el mundo derretirse. 

Un trozo pequeño de hielo que encontré entre las piedras. Habían bastantes trozos de hielo, como el de la foto anterior flotando en el Lago, y había gente que se las arreglaba para sacarlos, y usarlos para beber alcohol. No me importa que beban, de hecho es un excelente lugar para hacerlo, pero el hecho de que usaran el hielo de los glaciares me pareció una falta de respeto hacia la naturaleza. Hielo que no sabemos cuántos cientos de  años permaneció en ese lugar para acabar muriendo en un vaso de Whisky. Me sentí triste y avergonzada. 

Vista desde la costanera de Puerto Natales. Había gaviotas, patos, y cisnes de cuello negro.